Publicado en el: Diccionario del Cine Español e Iberoamericano. España, Portugal y América (2012)
(Coordinación México, Perla Ciuk)
De América Latina, México fue uno de los primeros países que recibió la cámara tomavistas inventada por los hermanos Lumiere. A menos de un año de la primera exhibición pública del cinematógrafo en París, el mismo programa fue proyectado en el Castillo de Chapultepec.
El monitor republicano, el 16 de agosto de 1896, un periódico que desaparecería unos meses después, publicó la primicia de la “exhibición dedicada a la prensa de esta capital”, desde ese momento el entusiasmo y la curiosidad fueron las constantes de las reseñas que los periodistas nacionales escribieron ante el aparato que proyectaba imágenes en movimiento.
Durante los años finales del porfiriato los reporteros ubicaron al potencial del cine en el terreno de la educación, la investigación científica y la recreación de la realidad. Situación que se modificará una vez que el conflicto armado, que hoy conocemos como la revolución, alcanzó sus etapas más violentas; entonces se consideró que el entretenimiento también podía ser loable.
Conviene detenerse ante él porque los periodistas que vieron las primeras proyecciones otorgaron un sitio tan especial y didáctico a las vistas, la razón descansa en el naciente nacionalismo que se populariza una vez consolidado el triunfo de las armas liberales en el siglo XIX. Políticos e intelectuales del periodo creyeron que lo mexicano debía ser expresado a través de las bellas artes del momento. La expresión artística adquirió un valor utilitario y en este sentido los afanes de los artistas eran una misión. Los artistas eran misioneros laicos, su religión era México.
En México, como en varias partes del mundo, no fueron pocos los escritores que decidieron dedicarle algunas líneas a los primitivos cortos que se exhibían en las pocas salas que empezaron a poblar la ciudad capital. Todos ellos compartían ciertas características: eran jóvenes, gustaban del sabor cosmopolita y confiaban en los adelantos que el progreso ofrecía al ciudadano en los primeros años del siglo XX.
Rafael Pérez Taylor (Hipólito Seijas) fue el primer crítico de cine fijo, al crear la columna Por las pantallas en El Universal de 1917 a 1919. Le sigue Carlos Noriega Hope (Silvestre Bonnard), quien transforma la columna de Seijas en Página del cinema. Noriega Hope “comienza siendo un cronista de actores y fue evolucionando hasta poder escribir sus últimos artículos, hacia 1930, dentro de la corriente de cronista cultural”. En esa década también tomaron la pluma Rafael Bermúdez, quien posteriormente sería argumentista de cine y Juan Bustillo Oro, quien pasó a la dirección dos décadas después y resalta el hecho de que es el único realizador que ha escrito sus memorias.
De los escritores que decidieron incursionar en la reflexión sobre el séptimo arte, durante el periodo mudo, destacan -por su sitio en las letras mexicanas e iberoamericanas- Alfonso Reyes y Martín Luis Guzmán. Alfonso Reyes, como casi todos sus colegas, firmó sus artículos con el seudónimo de Fósforo (seudónimo que retomaron Martín Luis Guzmán, Efraín Huerta y Carlos Fuentes), esa materia que se trasforma en luz y calor en un momento breve, particularmente intenso, se inicia en 1915, a los 28 años de edad y durante 5 años se dedica a construir un puente entre un naciente género periodístico y el muy joven arte narrativo.
Jaime Torres Bodet, quien de agosto de 1925 a septiembre de 1926 escribió una columna llamada Cinta de plata o La semana cinematográfica, a decir del biógrafo de Torres Bodet, Luis Mario Schneider, éste aporta calidad literaria y visión cultural. Quizás su reflexión más fructífera se centra en el ya tardío debate mexicano sobre el cine en tanto arte o simple pasatiempo, reflexión que ocurre en el momento de esplendor del cine silente, donde el mundo fantasmagórico del expresionismo convivía con la madurez de los cómicos norteamericanos y resaltaban las impactantes divas italianas -no hay crítico mexicano que no escriba acaloradas expresiones ante la exuberancia de Pina Menicheli, Francesca Bertini…-
En el caso de estos escritores y de varios, posteriormente, destacados poetas, da la impresión de que su escritura en torno al cine les producía la cierta pena, posiblemente sentían que se ocupaban de una frivolidad, un entretenimiento de feria, de ahí se explica la larga lista de seudónimos. La lista de intelectuales quienes en algún tramo de su vida se sumaron a la fiebre de escribir sobre cine no es menor: Salvador Novo, Xavier Villaurrutia, Efraín Huerta, José Juan Tablada, Ramón López Velarde y Amado Nervo.
Esta pequeña lista sorprendería a más de un joven estudiante de letras mexicanas de nuestros días. El paso del tiempo, la reimpresión exclusiva de sus principales escritos y el discreto olvido tendido en torno a sus textos fílmicos son algunos de los factores. Ahora bien, de este grupo están las excepciones de Xavier Villaurrutia, quien destaca en la redacción de guiones al lado de cineastas como Fernando de Fuentes y Julio Bracho y de Salvador Novo, quien se convertiría en el cronista de la vida pública de México, por más de tres décadas y por lo tanto se codeó con lo más selecto de nuestro star system.
A modo de excepción hay dos pioneras, ya que en 1929 El Universal Gráfico encargó su columna de cine a la actriz Helena Sánchez Valenzuela, posiblemente la primera mujer en realizar por un tiempo el ejercicio de la crítica, pero quien destaca es Cube Bonifat (Antonia Bonifat López), ella entre 1930 y 1950 escribió bajo el seudónimo de Luz Alba. Al principio su columna se llamó El cine visto por una mujer, a lo largo de su trabajo el nombre de la columna fue cambiando, sin embargo, su obra implicó una colaboración semanal a lo largo de 13 años sobre películas tanto nacionales como extranjeras. Para Jorge Ayala Blanco, Luz Alba “es el único antecedente firme de la crítica en México”.
De este periodo ha trascendido tanto la entusiasta escritura en torno a las divas italianas, como la muy sugerente invitación de José Juan Tablada para ser “ser modernos” e ir al cine.
Fue hasta finales de la década de los 30 que las cosas cambiaron; se puede afirmar que al fin accede la primera generación de periodistas/escritores que nacieron con el cine, que lo vieron desarrollarse y cuyo masivo impacto era evidente. Por otro lado, los acontecimientos europeos como guerra en España y ascenso del nazismo permitieron que nuestro periodismo -entre otras disciplinas- se enriqueciera con la presencia de los inmigrantes españoles. Tanto Álvaro Custodio como Francisco Pina generaron una nueva perspectiva al oficio de escribir sobre cine.
Francisco Pina llega en 1940 (a los 40 años de edad) y Álvaro Custodio se establece en la Ciudad de México en 1944 (a los 32 años), este último escribirá en El Excelsior, durante muchos años el periódico más importante del país, y sus colaboraciones matizaron el tono complaciente que se había estado viviendo gracias al éxito del cine mexicano del periodo. En contraste, Francisco Pina prefiere el ámbito de los suplementos culturales e incluso las revistas de los exilados.
El éxito del cine mexicano durante la II Guerra Mundial generó un chovinismo extremo, varios periodistas optaron por hacer una reseña, siempre en tono elogioso de los estrenos, combinadas con pequeñas columnas de chismes; Carl Hillos (quien apareció como actor de reparto en muchas cintas del periodo) encarnará ese espíritu complaciente, patriotero y, para nuestro interés, intolerante ante las voces que se atrevían a señalar el ya inminente camino a la crisis que inició con el fin de la II Guerra.
Las razonadas notas de Custodio y Pina contrastaban con la euforia que la prensa escrita manifestó sistemáticamente en torno al cine nacional. Los frutos de las reflexiones de los dos exiliados ocurrirán en la década de los 50, cuando nació el movimiento de los cineclubes: el del IFAL, Casa del Lago, Facultad de Economía de la UNAM y la Escuela de Economía del IPN.
A partir del gusto de la escritura, y sobre todo la afición por el cine, algunos escritores nacidos a partir de la segunda década del siglo XX incursionaron en la crítica de cine y después en el guionismo. Son los casos del poeta Efraín Huerta, quien escribió en el semanario El Fígaro y fue quien recurrió a la mayor cantidad de seudónimos registrados al día de hoy: Filmito rueda, Fósforo, Juanito Pegafuerte, El periquillo, Juan Ruiz y Julián Sorel, y José Revueltas, aunque en este caso, su participación más destacada fue en tanto guionista al lado de Roberto Gavaldón, cuya obra fílmica empieza a ser revalorada. Revueltas ha sido citado durante décadas por un artículo en el que denunciaba el boicot que las salas de exhibición controladas por los empresarios Espinosa y Jenkins (el monopolio) le aplicaban al cine nacional. Situación que desembocó en “la nacionalización” de una buena parte de las salas cinematográficas y la creación de la exhibidora paraestatal Cotsa.
Vale la pena señalar que en 1951 Octavio Paz, nuestro Premio Nobel de Literatura, escribió por única vez sobre cine al defender a Los olvidados de Luis Buñuel.
La cantidad de escritores que entre 1950 y 1960 se ocupan de la imagen en movimiento es vasta. Podemos contar a: Paco Ignacio Taibo I, Rafael Corkidi, Luis Spota y Jomí García Ascot (dos emigrados españoles en los nombres de Taibo y García Ascot), quienes a pesar de sus disímbolas carreras todos concretaron su gusto por el cine en la creación de columnas semanales en periódicos, revistas o los emergentes suplementos culturales. El más prolífico es Taibo I quien lleva publicadas varias antologías basadas en sus artículos. Luis Spota inició la crítica de cine en la televisión en el programa Tribunal Cinematográfico, aunque es más conocido como novelista y por su labor en el ambiente boxístico -también fue autor de guiones y algunas de sus novelas fueron llevadas al cine con desiguales resultados-.
Jomí García Ascot y Rafael Corkidi se incorporaron de una manera más plena a la industria cinematográfica. Ellos al lado de José de la Colina, Salvador Elizondo, Gabriel Ramírez, Carlos Monsiváis, Eduardo Lizalde, Fernando Gou serán los animadores del movimiento de cineclubes, cuyos programas de exhibición convocaban a la reflexión a través de conferencias, diálogos y la escritura en lo que hoy definiríamos como fanzines. En ellos es identificable la creciente influencia de la revista francesa Cahiers du Cinema y fundamentalmente fue La Nouvelle Vague la que les permitió concebir una nueva perspectiva para el cine mexicano, ya en esos momentos con un notorio agotamiento en sus fórmulas y temas.
Esa búsqueda, en el terreno de la producción, concretó en la década de los 60 a través del Primer Concurso de Cine Experimental. Aunque fue más determinante, en el terreno de la reflexión sobre lo fílmico, el surgimiento y auge de los suplementos culturales. La idea de cine de autor se manifiesta como un elemento sustantivo de la escena cultural. Aunado a este cambio en torno a la percepción del cine se suma la consolidación de una brillante generación de escritores, mismo que estalla en un boom literario y que rebasa al escenario de la creación literaria, muchos de ellos participaron en la elaboración de guiones, o sus novelas y cuentos serían adaptados (Gabriel García Márquez, José Emilio Pacheco, Jorge Ibargüengoitia…). Es en esa década cuando ocurren los proyectos editoriales más ambiciosos de temas fílmicos. La experiencia abarca desde la monumental Historia documental del cine mexicano de Emilio García Riera, hasta la interpretación de los clásicos del cine de la edad de oro de Jorge Ayala Blanco en La aventura del cine mexicano, proyecto que ha tenido continuidad hasta nuestros días.
El vigor de la prensa cinematográfica de aquellos años se refleja en las colaboraciones de Carlos Fuentes, José Luis Cuevas, Vicente Rojo, Juan Manuel Torres, Luis Vicens, Salomón Leiter, Paul Leduc, José de la Colina, Gabriel Ramírez, Miguel Barbachano, quienes se agrupan en el proyecto editorial bautizado como Nuevo Cine. Revista que alcanza una vida de siete números y que era la adaptación nacional a los afamados Cahiers du cinema. Fue sintomático que varios siguieran el itinerario de Francois Truffaut y Jean Luc Godard, abandonaron la máquina de escribir y tomaron la cámara de cine.
A partir de distintos escenarios (la literatura, el diseño, la dramaturgia, el jazz…) varios de los protagonistas de la cultura mexicana decidieron recordar que ir al cine era un pasaporte directo a la modernidad. El cine llegó a tener tanto prestigio, que incluso la crítica de cine enriqueció a los periódicos especializados en deportes, sus protagonistas fueron Francisco Sánchez cuyas notas eran complementadas con los cartones de Alberto Isaac en el Esto.
Pero entre las luces de ese espléndido momento, se empezaron a gestar distintas sombras. Una de ellas cimbró a la sociedad mexicana y fue el movimiento estudiantil de 1968, con un trágico desenlace, al ocurrir la represión policiaca y militar el 2 de octubre. Una sangrienta decisión tomada ante la inminencia de los juegos olímpicos.
Varios elementos cercanos a la revista Nuevo Cine fueron contratados a fin de realizar el documental de la olimpiada; el muy numeroso equipo de filmación lo encabezó Alberto Isaac. Al estreno, en 1969, ocurrió uno de los primeros debates entre críticos mexicanos, estableciéndose un bando generalmente encabezado por Emilio García Riera y del otro lado, durante varios años en solitario, estaba Jorge Ayala Blanco, quien se especializó en adjetivar a sus denostados (a modo de ejemplo José de la Colina vivía “un reblandecimiento neofranquista”, debido a su entusiasmo ante la película de Alberto Isaac. 1968 no tan sólo fue una herida política, su cicatriz que jamás sanaría se instaló en el terreno de la crítica fílmica.
La situación se exacerbó con la llegada de la nueva administración encabezada por Luis Echeverría Álvarez, quien, convencido por su hermano de profesión actor, decidió renovar a la desfalleciente industria mexicana a través de la intervención del Estado. A lo largo de seis años se crearon tres compañías productoras, una escuela de cine y la Cineteca Nacional. Echeverría toma al cine como el ejemplo de lo que se conoció como “apertura democrática” y se auspiciaron algunas películas con un evidente filo crítico, un filo previamente oxidado y casi inexistente.
En el escenario del mundo editorial el boom comenzó a menguar, en lo que a publicaciones sobre cine se refiere; las revistas y suplementos mantuvieron su protagonismo y ahí tendrá lugar la guerra de los críticos.
La labor de cineastas como Arturo Ripstein, Felipe Cazals, Jaime Humberto Hermosillo -entre otros- será siempre saludado por Emilio García Riera, mientras Jorge Ayala mantiene una ambigua hostilidad, que se expresa mejor cuando enjuicia la labor de las instituciones estatales encargadas de lo fílmico y sobre todo a sus funcionarios. De nuevo el adjetivo a modo de cuestionamiento personal inflama los distintos episodios de la batalla. Los últimos días del régimen de la “apertura democrática” fueron un naufragio que arrastró a la nación. En nuestra área de interés, el golpe del poder al periódico Excélsior, que se destacó por practicar el derecho a la crítica a las formas de ejercer el poder, generó nuevos periódicos y con ellos llegó una nueva generación, varios tomarán partido en la confrontación, ellos son: Leonardo García Tsao, Nelson Carro, Eduardo de la Vega, Rafael Aviña, Gustavo García, Andrés de Luna, José Felipe Coria, Arturo Arredondo, David Ramón. Susana López Aranda, Patricia Fernández y Susana Cato fueron las escasas presencias femeninas que escribieron sobre cine en la década de los 70 y parte de los 80.
La mayoría de los nuevos proyectos editoriales como Proceso, unomásuno y posteriormente La jornada decidieron impulsar de una manera sistemática la cobertura tanto en el terreno de las noticias como en el del análisis al ámbito cultural, esto permite que la tarea de los críticos se vea complementada con los aportes de los periodistas que escribían notas informativas sobre cine, utilizando los instrumentos de la crítica. Los más destacados fueron Héctor Rivera y Raquel Peguero.
En la medida que los nuevos periódicos surgieron como respuesta al autoritarismo del régimen político, buena parte del periodismo del momento tuvo un destacado afán crítico y muchas ganas de denunciar. Las quejas y los afanes concientizadores fueron constantes y los temas inagotables: iban desde el estado de los cines, muchos de ellos muy deteriorados, la mala calidad de las copias, las pésimas traducciones (algo que nunca pasa de moda), la conducta del público, la calidad de las palomitas, las nulidades fílmicas que se estrenaban cada semana, la hegemonía de Hollywood, la censura, la extrañeza de que ciertas películas no llegasen a nuestras pantallas (El imperio de los sentidos, Saló…).
En el sexenio de López Portillo (1976-1982) no existió mucho tema a discutir sobre el cine mexicano, un desastre siguió al otro y en general la gestión gubernamental recibió un tratamiento unánime, cuyo desenlace fue la nota que escribe Emilio García Riera, a unos días de haberse incinerado la Cineteca Nacional (1982) y exige la renuncia de la hermana del presidente, Margarita López Portillo, quien era la funcionaria que había tomado todas las decisiones administrativas en el área del cine. Este incendio cancela la experiencia de la revista Primer plano, que se extingue después de su primer número.
Con la llegada de Miguel de la Madrid a la presidencia y de Alberto Isaac como director del recién fundado Instituto Mexicano de Cinematografía culminó la guerra de los críticos. Cada bando editó una revista –Intolerancia del lado de Jorge Ayala Blanco y Dicine, del lado de Emilio García Riera-. Debates y adjetivos ocurrían semana a semana y su punto climático ocurrió cuando Arturo Ripstein demandó a Jorge Ayala Blanco a raíz de la publicación de su crítica en torno a Mentiras Piadosas (1991). Juicio contra la libertad de expresión sintetizaron algunos, derecho a defenderse argumentaron los otros. La demanda alegaba daño patrimonial y moral, conceptos jurídicamente pantanosos.
Algunos de los críticos trataron de formar otros proyectos y alejarse de la zona de conflicto. José María Espinosa lanzó una revista intitulada Nitrato de Plata; el proyecto dura poco y el propio José María prefirió concentrarse en la crítica literaria y la publicación de libros.
Al término de la “guerra” ocurrieron dos grandes transiciones, por un lado distintos periódicos entran en crisis económica, ante el replanteamiento del gobierno en torno a la publicidad que se contrata. Al perder a su principal contratista varios de los grandes periódicos del siglo XX se convirtieron en esperpénticos fantasmas como El Excélsior, El día, unomásuno o desaparecieron como El Novedades y El Heraldo de México.
Su lugar es retomado por periódicos especializados en la economía (El Financiero (donde ahora participa Jorge Ayala Blanco) y El economista; o por cotidianos que en materia de cine sintetizan tanto a la tendencia de la nota frívola como darle espacio a la reflexión crítica (El Reforma). La siguiente transición ocurre en la radio donde se ha pasado de la programación tradicional que descansa en la simple programación de música a las emisiones donde la palabra hablada es la protagonista. Hoy muchos críticos o aficionados al cine encuentran espacio en las emisoras.
Se puede decir que en estos últimos 15 años ha ocurrido una gran inestabilidad en el oficio de analizar cine. En muchos casos más que escritores, se buscan locutores. En el terreno de la escritura la vocación ha tendido a volverse breve. Mirando los nombres y la duración de su trayectoria puede pensarse que la reflexión se ha convertido en una pasión de temporada. Un efecto en el que tienen que ver tanto los bajos salarios, como la escasa trascendencia que se percibe en el acto de publicar.
Ahora bien, en el esfuerzo de promover al cine y su análisis en la televisión, uno de los trabajos más notables fue el encabezado por el cineasta Alejandro Pelayo, quien se encargó de la producción y realización de la serie Los que hicieron nuestro cine, una lograda reflexión sobre la experiencia fílmica mexicana, también se encuentra la presencia de Daniela Michel, quien se ha encargado de crear el concepto de 24 por segundo (en un canal de televisión abierta) y al día de hoy participa en Abrelatas en una estación cultural, esfuerzos acompañados con la organización de varias Jornadas de Cortometrajes trasformadas en el Festival de Morelia.
En la radio el panorama es más rico y aquí se da el síntoma más saludable de los últimos años. Destaca el programa Gente de cine, que se trasmite en la estación cultural Radio Educación, y protagonizado por, la egresada del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos, la voz de Sonia Riquer se ha convertido en un referente para el cinéfilo. El cineasta Diego López, también egresado del CUEC, durante varios años mantuvo el programa Magacine en la estación de la Universidad Nacional Autónoma de México. Para culminar con la radio, actualmente sobrevive el programa El proyector, protagonizado por Silvestre López Portillo y Octavio Maya.
Moviéndose en las dos fronteras (la radio y el periodismo escrito) se encuentra una significativa presencia femenina y se pueden nombrar a Lucero y Fernanda Solórzano, Cristina Prado y permaneciendo en el área de lo escrito están Isabel Gracida, Julia Elena Melche y Perla Ciuk, esta última ha protagonizado otra ambiciosa empresa editorial a través del Diccionario de Directores del Cine Mexicano, la más reciente obra monumental.
En el caso de los críticos de la última década lo más notorio es la inconsistencia, Omar Hebert, Alejandro Arias, Moisés Viñas, entre otros, abandonaron sus espacios o las secciones desaparecieron.
La última tendencia en materia de la reflexión fílmica es el surgimiento de los suplementos en torno al disfrute del tiempo libre, este concepto editorial insertó a la cinefilia más como un fenómeno propio del pasatiempo y este es el escenario ideal para las producciones hollywoodenses, los nuevos críticos se entusiasman ante el espectáculo, el presupuesto y los efectos especiales.
Quedan algunos espacios: Carlos Bonfil, Felipe Tovar, Ricardo Pohlenz y Javier Betancourt han logrado mantener una notable coherencia y con mucho sus escritos enriquecen efectivamente al acto de mirar una película y leer sobre ella. Desde otra perspectiva el escritor Daniel González Dueñas ha revitalizado al género del ensayo dentro de la reflexión del fenómeno fílmico.
Ya por último hoy las pantallas mexicanas están dominadas por el cine norteamericano, las exhibidoras han propiciado que cada semana ocurran un promedio de siete estrenos, más las diversas propuestas de promoción cultural, como lo son los numerosos Festivales de Cine que ocurren en la República, han propiciado que el crítico no se dé abasto. Inclusive con un ritmo de producción de 20 películas por año, algunas películas mexicanas a duras penas alcanzan a ser estrenadas y su periodo de vida se reduce a una semana; esto propicia ni siquiera tengan un mínimo registro crítico. La falta de espacios de exhibición y la falta de espacios de reflexión son una preocupante tendencia.
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