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REPORTAJES

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El Gran Metropólitan

Autor: Perla Ciuk

Fecha: 29 de agosto del 2003

La aparición del cinematógrafo en 1895 revolucionó al mundo, un aparato que era cámara, proyector e impresora a la vez dio movimiento a la imagen, atravesó los océanos y permitió a los habitantes de la tierra un viaje interminable a través del tiempo, la fantasía, la historia, las costumbres y tradiciones. Su inventor, el genio francés, Louis Lumière, nunca imaginó que algunas décadas más tarde el cine modificaría también la tomografía de las ciudades. La evolución del cine como espectáculo masivo determinó en la Ciudad de México a partir de los años veinte, la adaptación de antiguos teatros y la construcción de decenas de salas cinematográficas -enormes edificios-, espacios con capacidad para recibir hasta 7 mil quinientos espectadores, como fue el caso del cine Florida. El público disfrutaba tanto las películas como la arquitectura de verdaderos palacios, cuyos estilos variaban desde el Art Noveau, hasta la corriente modernista de los años cincuenta; que contraste con las uniformes salas de hoy, en las que el atractivo mayor es la dulcería. De todos estos monumentos erigidos en aras del celuloide, contados son los que sobrevivieron al triste destino de convertirse en estacionamientos, establecimientos comerciales, o en el mejor de los casos, en cines múltiples; de los que permanecen abiertos en calidad de teatros, sin duda el más bello, siempre el Everest de todos, es el Teatro Metropólitan, icono de una época posrevolucionaria de auge económico, político, artístico y social, icono de la modernidad de los años cuarenta, mismo que el día de mañana, lunes 8 de septiembre, cumple 60 años de haber sido inaugurado en una noche fría y lluviosa de 1943.

Citado en las crónicas de la época como un “Magnífico Coliseo”, “versallesco” o “el mejor después de Bellas Artes”, la apertura del Metropólitan en 1943 coincidió con el año en que el cine mexicano se convirtió en una verdadera industria, al alcanzar una producción de 70 películas, número de cintas con el que México rebasó a España y Argentina. Entre los factores que estimularon al séptimo arte en el gobierno del presidente Manuel Ávila Camacho, destaca en primer lugar la Segunda Guerra Mundial, conflicto que definió la producción y la temática del cine en todos los continentes y que evitó la competencia de nuestro país con el mercado europeo y redujo de alguna forma la misma con los Estados Unidos. Se aúna a este panorama el apoyo del Banco Cinematográfico que favoreció la producción y la distribución, y fundamentalmente la ayuda norteamericana a través de la Oficina Coordinadora de Relaciones Internacionales dirigida en Washington por Nelson Rockefeller, organismo que se encargó de surtir equipo a los estudios mexicanos, financiar a los productores e instruir a los trabajadores de los estudios Clasa y Azteca con especialistas enviados de Hollywood, a cambio de promover un cine en castellano que favoreciera a los Aliados. La situación política se conjuntó con la visión de decididos inversionistas, exhibidores de cine, y el extraordinario desempeño de los realizadores, ya que tanto veteranos como debutantes se lucieron ese año con cintas como: María Candelaria y Flor Silvestre/Emilio “Indio” Fernández, Distinto Amanecer/Julio Bracho, La vida inútil de Pito Pérez/Miguel Contreras Torres, Una carta de amor/Miguel Zacarías, México de mis recuerdos/Juan Bustillo Oro.

El siguiente texto reconstruye aquella gloriosa noche del 8 de septiembre, en que fue inaugurado el gran Metropólitan. La información que presento es una recopilación de las notas y las crónicas publicadas en los principales diarios capitalinos -“El Excelsior”, “Jueves de Excelsior”, “Revista de revistas”, “Esto”, “El Universal”-, tres días antes de la inauguración del Teatro Metropólitan y los días consecutivos a ésta. La gran mayoría de estos artículos aparecieron sin firma, con excepción de la columna “Pepinillos en Vinagre” de Jaime Luna (Esto) y los textos de la autoría de L. Pastor (Jueves de Excelsior).

Truenos y una temperatura de 16º pronosticaban una fuerte lluvia la noche del miércoles 8 de septiembre de 1943, ocasión en que el toute mexique se dio cita en la inauguración del Teatro Metropólitan, ubicado en el #90 de la calle de Independencia, entre Balderas y Revillagigedo, casi frente -al entonces- cuartel general de bomberos. A las 21 horas, la cantidad de flamantes automóviles era inusitada, circulaban con preferencia aquellos que portaban placas oficiales con tres números, de los que descendían caballeros vestidos de negro o smoking, y elegantes damas en su mayoría de cabello recogido y tocados extravagantes, envueltas en abrigos de pieles; el sonido de los cláxones y los grandes reflectores enmarcaron la llegada del Primer Mandatario, Don Manuel Ávila Camacho y de grandes figuras del cine nacional y mundial como Louis B. Mayer, presidente de los estudios Metro-Goldwing-Mayer, de cuyo brazo derecho prendía la belleza hollywoodense del momento, Heidy Lamarr, quien en las escalinatas, saludó con efusividad a Dolores del Río y a Emilio “Indio” Fernández. Por supuesto María Félix estuvo allí, al igual que Gloria Marín, Pedro Armendáriz, Clementina Otero, en fin, ¿quién no estuvo esa noche? Que tiempos aquellos, en que el hombre más poderoso de la Meca del cine viajó para estar presente en el evento, hoy día cualquier gato de los estudios americanos, como Jack Valenti, amenaza por cartita al presidente Fox, respecto a un impuesto que pretende apoyar la producción del cine mexicano. Sí, ¡que tiempos aquellos!

Minuto a minuto la afluencia de los concurrentes aumentaba, antes de las 21:30, hora programada para el inicio, no cabía nadie más, 3500 personas se encontraban en el interior del nuevo recinto, donde las tres mil butacas de terciopelo rojo y armazón de madera, instaladas por la empresa norteamericana International Seat Corporation, fueron insuficientes. Cuatro años tomó la construcción del Teatro Metropólitan, proyecto que inició la familia Ortiz de la Huerta, propietarios de la inmobiliaria Casablanca, dueños del terreno, quienes invitaron en sociedad a los Sres. Del Valle. El proyecto arquitectónico fue del arquitecto Pedro Gorozpe E, también supervisor de la obra, quién delegó la decoración al reconocido escenógrafo Aurelio G. Mendoza y a su asistente, Francisco G. Esparza. Los transeúntes se acostumbraron a ver el edificio gris, nadie imaginaba la suntuosidad y el detalle artesanal del trabajo interno, fastuoso y exuberante. Entre un estilo renacentista, Luis XIV y Luis XVI, de fina elección y mesurada cantidad ya que no resulta recargado, el amplio foyer, la sala de exhibición y los pasillos, fueron cubiertos por lujosas alfombras, mesas de centro rodeadas de cómodos y anchos sillones, y adornados con tibores de sevres, bronces pulidos, mármoles, estatuillas artísticas, deidades griegas y las pinturas de la autoría del mismo Mendoza, tituladas “Meditación” y “Cita de amor en una Noche de Luna”. Entre las molduras del techo recubiertas con hoja de oro, se intercalaron pequeñas lámparas empotradas, cuya luz en conjunto con la de los arbotantes de diversos brazos, provocaba intensos reflejos en los espejos colocados en el vestíbulo, las puertas de bronce forradas con cristales entintados y la grandiosa chimenea situada al centro de las señoriales escaleras de granito. Cabe mencionar como aportación estructural, un sistema contra incendios, que revestía todos los postes y vigas de fierro colocados por la empresa Campos Hermanos, con una capa de concreto de cinco centímetros de espesor.

El grupo Bienes y Empresas, S.A. (el equivalente al OCESA de hoy) conformado por los hermanos Fernando (Gerente General) Alfonso y Guillermo García Bringas, se hizo cargo de la administración del Metropólitan y eligió para esta función de gala, el estreno de la versión mexicana en cine de Los Miserables, dirección de Fernando A. Rivero, producción de José Luis Calderón, con una duración de 103 minutos, protagonizada por Domingo y Andrés Soler, secundados por un multi reparto en el que figuraban entre otros: Manolita Saval, Luis Alcoriza, David Silva, Virginia Manzano, Manuel Noriega, Arturo Soto Rangel y Alicia Rodríguez.

Antes de iniciar la proyección de la película, al abrirse el telón, quedó al descubierto la orquesta que sería dirigida por el Maestro Elías Breeskin, -compositor de la música del filme, en colaboración con los coros de cien profesores del Orfeo Cátala-; cincuenta músicos interpretaron la Marsellesa y la Marcha a Zacatecas; al terminar, el maestro de ceremonias Alonso Sordo Noriega al frente del escenario, ofreció un discurso en el que ponderaba la construcción del teatro, orgullo de los mexicanos, y su futura utilidad. Las luces se apagaron, y la pantalla se iluminó con Las travesuras del Pato Pascual (¡que curioso!); la exhibición continuó con el Noticiero y al finalizar éste, dio comienzo, finalmente, Los Miserables. Concluida la función, Sordo Noriega de nuevo ante los asistentes, llamó a los protagonistas de la cinta quienes se encontraban detrás de la pantalla; al aparecer el elenco artístico, una fuerte cascada de aplausos se dejó venir, en seguida el llamado fue para el escenógrafo, Aurelio G. Mendoza, quien también recibió tremenda ovación; eran ya más allá de la medianoche cuando el público se levantó de sus asientos; el desalojo fue verdaderamente lento debido a la lluvia torrencial que esa noche cubrió a la ciudad.

En medio de la gran fiesta que fue la inauguración del nuevo salón, los cronistas de espectáculos elevaron esta producción al grado de “soberbia”. Sin embargo sobre la misma cinta, Emilio García Riera, historiador del cine nacional, años más tarde apuntaba en su Historia Documental del Cine Mexicano: “La producción se esfuerza para que todo –escenografía, vestuario– parezca lo más francés y nonacentista posible, pero un artero y mexicanísimo sarape, entre otros detalles, frustra en algún momento de la cinta ese empeño tan dificultosamente mantenido. Los actores por su parte, parecen aguantar la respiración para que no se les note lo demasiado incómodos que se sienten en sus raros papeles; y es muy probable que algunas partes de Les Miserables/1934, -tomas de conjunto y de gran espectáculo- de la versión francesa de Raymond Bernard, fueran incorporadas a la versión mexicana. ¿Quién se iba a preocupar por tales actos de piratería en la Europa sacudida por la guerra de la época?”

Los Miserables se mantuvo en cartelera hasta el 29 de septiembre. Al día siguiente ocupó su lugar Reunión en Francia/Jules Dassin con Joan Crawford, John Wayne y Philip Dorn. Entre las películas que se exhibieron ese mismo año en el Metropólitan figuraron: La doble vida de Andy Hardy/George B Seitz, Mi chica y yo/Raoul Walsh, Cazando Estrellas/Edward Buzzell, Ídolos de barro/Mark Robson y Adiós juventud/Joaquín Pardavé. Desde entonces el Metropólitan fue un punto de referencia, un centro de reunión, en el que además de la exhibición cinematográfica se llevaban a cabo los conciertos de primavera, congresos, desfiles de moda, concursos, fiestas de graduación, hasta las primeras ediciones de la Muestra Internacional de Cine. En esta sala cinematográfica se proyectaron grandes éxitos como Marabunta/Byron Haskin 1954, Los diez mandamientos/Cecil B. DeMille 1956, Ben Hur/William Wyler 1961, Cleopatra/Joseph L. Mankiewicz 1965 y Nacidos para perder/Tom Laughlin 1967, cinta que permaneció un año en exhibición.

En las siguientes décadas, la ciudad creció y se extendió desorbitadamente, la afluencia de los capitalinos a las salas cinematográficas del centro disminuyó radicalmente. Paralelo al fenómeno urbano, en los setenta llegó el video, formato que por algún tiempo resultó un fuerte competidor. Los grandes cines perdieron a su público, la falta de ingresos provocó el deterioro de los inmuebles e imposibilitó la actualización tecnológica; la dinámica de la distribución y la exhibición se modernizó, decenas de copias de una misma cinta se distribuían en los cines ubicados por todo el Distrito Federal y las áreas aledañas; los tiempos de una película en un solo cine habían quedado atrás. Finalmente en los noventa aterriza en nuestro país la tecnología de punta a través de las grandes cadenas de cines múltiples, espacios generalmente ubicados en los centros comerciales, salas con capacidad, cuando más, para cuatrocientos espectadores.

El gran Metropólitan sobrellevó la transición que experimentó la exhibición en México y resistió el temblor de 1985, nunca cerró. Hasta 1992 fue manejado por Bienes y Empresas, S.A., compañía que fue sucedida hasta 1995 por Organización Ramírez, año en que OCESA empresa del grupo CIE tomó la administración del teatro, el cual se estrena como centro de espectáculos con el concierto de Ricky Martín, en enero de 1996. La remodelación ejecutada por el arquitecto Pepe Moyao, significó según el propio Moyao, “la reconsideración de un concepto que había sido efectivo en su momento, pero que en los años actuales requería modificaciones. Es un espacio demasiado grande, con mala isóptica para el cine. Eso sí se trata de un edificio con personalidad, así que lo importante fue adaptarlo para una nueva propuesta escénica” (Reforma, 07/09/1998). La decoración original quedó intacta, los elementos que se agregaron fueron sobrepuestos y la presencia de pequeños bares en la sala del teatro le adhirió un tono menos formal. A partir de entonces hasta el 2002, más de 150 conciertos musicales se han llevado a cabo en el Metropólitan, a la par de eventos privados y algunas premieres cinematográficas como las de: Un hilito de sangre/Erwin Neumaier 1995, La otra conquista/Salvador Carrasco 1999, Sexo, pudor y lágrimas/Antonio Serrano 1999 e Y tu mamá también/Alfonso Cuarón 2000. Por el Metropólitan han desfilado entre muchos otros: KC and the Sunshine Band, Judas Priest, Ritmo Peligroso, Garbage, Miguel Ríos, Soda Stereo, La ley, Sólo para mujeres, Nacha Guevara, Creedence Clearwater Revival (o lo que quedó de…), Ricardo Arjona. No hay duda, el entretenimiento continuará, nosotros nos iremos, otros vendrán… también se irán, y el gran Metropólitan ahí estará.

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