OBÓN ARELLANO, RAMÓN

Guionista, argumentista, adaptador, director. Hijo de inmigrantes españoles, a finales de los años treinta decide estudiar en su ciudad natal y por recomendación de su padre, la carrera de Tenedor de Libros. En 1942, después de ser despedido de una empresa japonesa por motivos políticos (conflictos entre Japón y Costa Rica en la Segunda Guerra Mundial), a la que prestaba sus servicios como contador, y a raíz de un violento suceso público de nota roja en el que descubre al asesino a través de la radio, decide probar fortuna como escritor y desarrolla sus ideas en la serie radiofónica de corte detectivesco “El príncipe Oshima”.

A pesar de tener la idea de trasladarse a Hollywood para incursionar en el ámbito cinematográfico, Ramón Obón se muda en 1945 a la Ciudad de México invitado por el productor Pedro “Perico” Calderón, quien le encarga su primer guion para cine, Ocho hombres y una mujer/Julián Soler 1945. A este trabajo le siguen más de 90, entre argumentos y adaptaciones de los que destacan: Han matado a Tongolele/Roberto Gavaldón 1948, El ángel caído/Juan J. Ortega 1948, Nosotras las sirvientas/Zacarías Gómez Urquiza 1951, Sígueme corazón/Raúl de Anda 1951, Me traes de un ala/Gilberto Martínez Solares 1952, El Enmascarado de Plata/René Cardona 1952, El casto Susano/Joaquín Pardavé 1952, La Sombra Vengadora vs. La Mano Negra/Rafael Baledón 1954, El jinete sin cabeza/Chano Urueta 1956, Los salvajes/Rafael Baledón 1957, el díptico de Fernando Méndez El vampiro y El ataúd del vampiro, ambas de 1957, y La muerte es puntual/Sergio Véjar, trabajo póstumo filmado en 1966.

Ramón Obón incursiona también en el ámbito televisivo con el guion para los programas “Dos labios en un cristal” y “Estudio K” y en el terreno radiofónico escribe más de 4,000 episodios para diversas series como “La Sombra”, “Cruz de sangre” y “Los del quince”. Amante de la radio, trabaja en México con Jorge Pasquel en la XEQ y termina escribiendo importantes series radiofónicas en la XEW, como “Biografías de Bell”, “Cruz de sangre” y algunos episodios de “El monje loco”, serie que inicia en 1938 y que en 1940 Alejandro Galindo lleva a la pantalla grande, y “La Sombra”, el que posteriormente adapta para su versión cinematográfica La Sombra Vengadora/1954, dirigida por Rafael Baledón.

Debuta en la dirección cinematográfica con: Cien gritos de terror/1964, su única película como realizador, bajo un argumento y adaptación de su autoría. El filme está compuesto por dos cuentos: “Pánico”, sobre el matrimonio formado por María Luisa (Ariadne Welter) y Julio (Joaquín Cordero), quienes compran una casa de campo que adquieren a muy bajo precio, pues la familia que la habitaba murió en un accidente. Alejandra (Ofelia Montesco), la amante de Julio, se aparece en el lugar y asusta a María Luisa -enferma del corazón- con objeto de causarle un infarto fatal, ya que no quiere divorciarse. Finalmente, entre sobresaltos, extraños eventos, desapariciones, equivocaciones y venganzas, morirán Julio y Alejandra. El segundo relato es “Miedo Supremo”, en el que Javier (Jorge Martínez de Hoyos) se desmaya en una cripta al visitar a su novia muerta y queda encerrado. Es despertado por unos gritos femeninos, rompe la pared de ladrillos y encuentra a una mujer resucitada enloquecida (Alicia Caro) que intenta acuchillarlo; él la estrangula y la mete de nuevo en su ataúd. Al día siguiente ya abierta la cripta, se va creyendo que quizá todo fue un sueño. Ramón Obón continúa con su prolífica carrera como guionista y adaptador. Muere de un infarto al miocardio.

“El argumentista Ramón Obón, nacido en Costa Rica, probó fortuna como director con esta ‘sesión terrorífica en dos partes’ (así se lee en los créditos) que hace del horror un asunto psicológico, sin actuación de fuerzas sobrenaturales, y en la que es muy advertible la influencia de Edgar Allan Poe: al principio, una profusión de tomas desde abajo sugiere el punto de vista del enterrado prematuro. Obligado a filmar en condiciones independientes y muy modestas, Obón tramó aceptablemente sus historias, las dotó de diálogos discretos, se sirvió como fondo musical de percusiones jazzísticas e intentó un uso inventivo de las luces intermitentes (justificado por el desperfecto de un poste eléctrico) para una sucesión de vistas fijas en el clímax del segundo cuento. Lástima que el sonido sea muy malo y que una voz masculina en off suelte trascendentalerías bastante inocuas, como ‘en esta época ya no se puede soñar; la verdadera pesadilla moderna está en el despertar’.”

(Historia documental del cine mexicano, Emilio García Riera, Vol. 12, 1964-1965, p. 133)