ORTEGA GÓMEZ, HÉCTOR BERNARDO

Actor, argumentista, adaptador y director de cine y teatro. En 1954 estudia Arquitectura en la UNAM, durante tres años. Formado sólidamente en el ámbito teatral, se inicia en la industria cinematográfica con el papel de mesero afeminado en la cinta de Alberto Isaac, En este pueblo no hay ladrones/1964. Debuta en la dirección teatral en 1966 con la obra “Silencio, locos trabajando”, en la que participan Alfonso Arau, Héctor Suárez, Fernando Luján, Virma González, Martha Navarro y Susana Alexander, más tarde dirige en el Teatro Insurgentes, con Manuel Valdés, Héctor Lechuga y Alejandro Suárez, “Ensalada de locos”.

En 1969 trabaja como asistente de Alfonso Arau en El Águila Descalza, cinta para la que escribe el argumento y el guion cinematográfico junto con Arau, Pancho Córdova y Emilio Carballido, trabajo por el que recibe en 1971 El Heraldo y en 1972 el Ariel al Mejor Guion. Es premiado ese mismo año con la Diosa de Plata por Mejor Argumento Original.

Continúa sus participaciones actorales en Los días del amor/Alberto Isaac 1971, La montaña sagrada/Alejandro Jodorowsky 1972 y Calzonzin inspector/Alfonso Arau 1973, en la que repite como asistente de dirección y adapta junto con Juan de la Cabada, Arau y el caricaturista Eduardo del Río “Rius”, la historieta gráfica “Los supermachos”. Obtiene en 1973 la Diosa de Plata al Mejor Actor de Cuadro por El rincón de las vírgenes/Alberto Isaac 1972.

También actúa en El hombre del puente/Rafael Baledón 1975, Las fuerzas vivas/Luis Alcoriza 1975 y Cuartelazo/Alberto Isaac 1976, cinta para la que escribe el argumento y realiza la adaptación junto con Alberto Isaac y María Antonieta Domínguez, además de interpretar al personaje principal, Belisario Domínguez, lo que le merece una nominación al Ariel como Mejor Actor.

En 1976 debuta como director de la película La palomilla al rescate, y ese mismo año tiene la oportunidad de filmar su segundo largometraje, Vacaciones misteriosas, ambos basados en aventuras de niños, cintas que logran muy buena aceptación del público infantil al momento de su estreno. Su labor como director está orientada hacia la comedia de aventuras infantiles que en gran parte son inspiradas por la serie del cine mudo La pandilla.

En 1983 monta “La muerte accidental de un anarquista”, una de las obras más importantes en su carrera. En 1987 regresa al teatro para dirigir las Revistas del siglo XX: “¡Ay Cuauhtémoc no te rajes!” y “El huevo de Colón”, en las que participa como actor, director y autor. En el Teatro Insurgentes dirige “El dedo del señor”, con los cómicos del programa de televisión “La caravana”: Víctor Trujillo y Ausencio Cruz.

Se lleva en 1988 el Ariel al Mejor Actor de Cuadro por Mariana Mariana/Alberto Isaac 1986. Cursa, a través del SUA, la Licenciatura en Filosofía y Letras en la UNAM. Continúa su carrera histriónica en el cine y la televisión donde actúa por última vez en 2018. Fallece de un infarto al miocardio.

¿Podríamos hablar del cine de ayer y del cine de hoy?

HO.- Mi generación tuvo que luchar decididamente contra la inercia del cine que se hizo en el pasado. Evidentemente hubieron grandes filmes que fueron muy interesantes; yo recuerdo muchísimos, como por ejemplo Vámonos con Pancho Villa/Fernando de Fuentes 1935 o la que sobre el petróleo hizo don Roberto Gavaldón, La rosa blanca, muchas de Emilio Fernández, películas muy bellas e interesantes, pero esto creó una fuerte inercia. No se podía hacer otro tipo de cine más que éste, se volvió sagrado con todo y sus figuras como Pedro Infante, Jorge Negrete, etcétera. Esto le costó mucho trabajo a mi generación porque al pretender hacer un cine de autor creó un cine demasiado intelectual, como contraposición al de mero divertimento que se hacía hasta entonces y pues lo pagó muy caro porque la gente no estaba acostumbrada a que le dijeran cosas más serias que no fueran para divertirle. Le faltó divertir.

¿Qué experiencia le deja haber filmado La palomilla?

HO.- Bueno una de ellas es que fueron dos películas seguidas, lo que me dio una gran experiencia, otra fue haber trabajado con niños; para mí fue muy importante, porque además mis hijos estaban pequeños, esa convivencia con los niños y el trabajo con ellos fue sorprendente porque son seres privilegiados que aportan una gran emotividad, en segunda, trabajar con los técnicos y con todas las gentes que hacen cine, te crea una mística, todos estamos al servicio de la obra cinematográfica, esto nos hace tener respeto por lo que hacemos y esto lo aprendí en los foros, las locaciones, esa solidaridad. Tuve la posibilidad de compararlo con la televisión o con otras disciplinas y creo que, en el cine especialmente, hay una mística de solidaridad.

(Diccionario de Directores del Cine Mexicano, Isaura Rendón Pérez, 09/04/2000)