LEZAMA, LUIS

Argumentista y director de cine, el joven Luis Lezama se inicia en la cinematografía mexicana en 1917, al resultar premiada su adaptación cinematográfica de Tabaré/1917 -sobre el original poético del uruguayo Juan Zorrilla de San Martín-, poema que se inspira en una leyenda indígena que evoca las primeras luchas del siglo XVI entre conquistadores y nativos de Uruguay. Actúan Enrique Castilla y Carmen Bonifant. Cuando Juan Canals de Homs, el director artístico, se muestra desconcertado ante las exigencias de la puesta en escena cinematográfica, Lezama solventa el compromiso con la colaboración del experimentado Ezequiel Carrasco, también responsable de la fotografía.

Después de esta primera experiencia, Luis Lezama continúa con la adaptación y dirección de Alas abiertas/1921, con Luis Ross y Carlota Santuggini, sobre la novela de actualidad de Alfonso Teja Zabre, que aborda la lucha victoriosa del constitucionalismo contra el zapatismo, incluyendo escenas de aviación.

En 1929 filma Los hijos del destino, su última película muda, producida por la Asociación Mexicana de Protección a la Infancia, cinta que demuestra la utilidad de los exámenes prenupciales, cuando el mujeriego Alfredo (Luis Cots Pérez) y su amigo Remigio (Juan José Martínez Casado) deciden contraer matrimonio con sus novias, y a pesar de la insistencia de Remigio, Alfredo no se realiza el examen médico, contagia a su esposa de una enfermedad venérea, que causa la muerte de ella. La cinta se filma mayormente en los consultorios donde se realizan exámenes prenupciales. Actúan también Lidia Franco, Irma Vera, Manuel Escalante, Ángel D’Belasco y Rosa Castillo. La fotografía es de Jorge Stahl y los intertítulos son realizados por el director.

En 1933 Luis Lezama es nombrado gerente de Radio Pictures de México, puesto que deja para realizar dos cintas: Un viejo amor/1938 -su primera película sonora-, un melodrama costumbrista con el tema de Alfonso Esparza Oteo como título, fondo musical e interpretación de Ramón Armengod (Cleofas) y Consuelo Frank (Lola). La trama es la desventura de Cleofas, charro enamorado de la maestra Lola, a quienes impide su romance, el rico don Pancho (Alberto Martí), finalmente Cleofas y Lola superan los obstáculos y terminan juntos. Actúan José Ortiz de Zárate, Esther García, Carlos L. Cabello y Raúl Guerrero, entre otros.

Le sigue el filme épico inspirado en los Niños Héroes y la invasión norteamericana de 1847, El cementerio de las águilas/1938, historia sobre el cadete Agustín Melgar (José Macip) quien se enamora de Mercedes (Margarita Mora), y para casarse con ella decide dejar el Colegio Militar, pero ante el desembarco norteamericano en tierras mexicanas, el padre de la chica, presidente del comité civil para la defensa de la ciudad, le niega a Agustín la mano de su hija. Él reingresa al Colegio Militar y muere en defensa del mismo. El elenco se completa con: Jorge Negrete, Adela Jaloma, José Ortiz de Zárate, Loló Trillo y Miguel Inclán.

Luis Lezama finaliza su carrera como director cinematográfico con la segunda versión de Tabaré/1946, fotografiada por Ezequiel Carrasco, con actuaciones de Rafaél Baledón y Josette Simó. El proyecto para la filmación de la cinta supera numerosos obstáculos, entre ellos, el cambio de razón social de la productora, la modificación del elenco original, el pago oportuno a los actores y el sobresalto en las locaciones sobre las márgenes del Río Papaloapan en Veracruz, cuando una partida del Ejército confunde al equipo de rodaje con unos “merodeadores políticos”. Para el estreno de la película se imprime un atractivo folleto promocional con una selección de los versos del poema que sirven de base para el argumento. Dados los escasos recursos de la producción, Luis Lezama acepta como pago los derechos de explotación de una copia y es remunerado por la “supervisión” de la filmación.

En 1951, participa como productor ejecutivo de El billetero/Raphael J. Sevilla.

“Pocas películas de antaño ofrecieron características tan bellas como Tabaré. No obstante, ello, no dejaron de apercibirse [sic] faltas garrafales, y todavía hicimos memoria el otro día de una de ellas, que como era natural, hizo prorrumpir en carcajadas a un grupo de amigos que hacíamos recuerdos del pasado. Qué sorpresa causó ver en alguno de los escenarios, un humilde paraguas que aparecía en lugar bien visible sin que los conjuntos se apercibieran [sic] de él al tomar la escena y que se veía claramente con su pobre apariencia, haciendo pensar que el día en que se tomó esa parte del filme, probablemente era lluvioso, y su dueño incautamente lo dejó en el set y traicioneramente la cámara lo fotografió de tal manera que ni cuando se hizo el corte de escenas fue descubierto y en cambio el día del estreno llenó de turbación, no sólo a los directores, sino al público también, que seguía con grata emoción los pasajes vibrantes del poema.”

(El Ilustrado, “Historia de la cinematografía nacional”, Rafael Bermúdez Zataraín, No. 875, 01/02/1934, p. 21)