Publicado en el: Diccionario del Cine Español e Iberomaericano. España, Portugal y América. (2012)
(Coordinación México, Perla Ciuk)
Sinopsis: Es la época colonial, en los alrededores de la ciudad de Taxco. Macario vive en enorme pobreza. Él y su esposa hacen malabares para alimentarse ellos y a sus cinco hijos. Macario sólo tiene un deseo en la vida: comerse entero un guajolote. El día de muertos, vende leña que corta en el campo. Con el panadero ve la cocción al horno de un guajolote. Decide no comer más hasta que se cumpla su deseo de darse él solo ese banquete. Su esposa lo complace al robarse de una casa rica la preciada ave, que cocina con esmero. Macario se lleva su comida al campo. Ahí se le aparece el diablo, solicitándole un bocado. A cambio le dará riquezas. Macario se niega. En otro paraje del bosque se encuentra a Dios. Quien también le pide compartir. Macario rehúsa hacerlo argumentando que le pide la comida como gesto de buena fe. Finalmente, internándose más hacia el bosque, se topa con la Muerte, tan hambrienta como él. Esta vez Macario accede convidarle, ya que si la muerte viene por él, al menos podrá comer antes de que se lo lleve. Agradecida, la Muerte le obsequia un agua peculiar para curar enfermos. Le advierte que siempre lo verá: si aparece a los pies de la cama, el paciente se salvará; si a la cabecera, morirá. En tal caso, Macario no debe intervenir. Aprende la regla aunque desconfía del regalo, pero de inmediato lo pone a prueba para salvar a su propio hijo. Se corre la voz que es un curandero milagroso. Don Ramiro lo llama para que salve a su esposa, agonizante. Macario lo logra. Recibe oro suficiente para comer y vivir bien. Se muda al lado de la Posada donde inicia el lucrativo negocio de curar sin conocimientos médicos. El Santo Oficio interviene. Apresa a Macario acusándolo de brujo y adorador del diablo, cargos que niega. Tiene una oportunidad de salvarse: curar al hijo del virrey. La Muerte no se lo permite. Macario huye. En el bosque se topa con ella. Le muestra las vidas convertidas en velas al interior de una gruta. Macario ve cómo la Muerte apaga la vela del hijo del virrey. Le pide la suya y se la arrebata; huye con su vela. Pero resulta que apenas ha pasado un día desde que su esposa le diera el guajolote. En el lugar donde comió, Macario yace muerto, con la mitad del pavo devorado.
En su momento, esta inspirada obra maestra de Roberto Gavaldón fue denostada como ejemplo de un cine indigenista esquemático en sus implicaciones místico-sociales. Lo cierto es que el director mexicano logró superar cualquier preconcepción del tema. Basándose en el relato del legendario B. Traven, Gavaldón hizo un filme ajeno a panfletos folcloristas. Gracias al uso de ciertos elementos fantásticos concebidos con estética neorrealista, Gavaldón estilizó el tema indígena intentando refundar las tradiciones fílmicas nacionales. Aplicó un tono primitivista, que recurre a la abundancia de pronunciadas sombras e iluminación insólita, como esa caverna cuya única fuente de luz son las velas. O sea, que su tono es por completo estético y está hecho con luz natural en una de las más arriesgadas fotografías de Gabriel Figueroa. Este filme confirma al gran formalista que fue Gavaldón, consiguiendo atmósferas que conforman la gran atmósfera del filme: el instante en que se desciende hacia la muerte. En efecto, el tono ligero, la cotidianidad vulnerada, los apuntes sociales, el manejo de los personajes, la ubicación en un México novohispano, fueron todos aciertos que confirmaron la solvencia de Gavaldón como director. Partiendo de un neo-naturalismo logró el único filme a destacarse del siempre intraducible a imágenes género del realismo mágico.
Lo que en principio pareció a cierta crítica prejuiciada una fría corrección en el trazado, es en realidad la metodología de una inspirada dirección que combina lo realista con lo fantástico, y que logra darle espectacularidad a una literatura mesurada en sus alcances morales pero desatada en su concepción de la vida y la muerte, como esos encuentros siempre extraordinarios hechos bajo la influencia del hambre. La estilización directa, sin adornos ni exageraciones melodramáticas, y las siempre eficaces actuaciones que dejan los sentimientos en carne viva, como la sobresaliente y conmovedora, llena de ternura Pina Pellicer, hacen de éste un inigualable filme de imaginación pura. Lo que demuestra que en Gavaldón residía la sensibilidad de un auténtico visionario, por completo incomprendido en el cine mexicano de su tiempo.
Ficha artística: Ignacio López Tarso (Macario): Pina Pellicer (esposa de Macario); Enrique Lucero (la muerte); José Gálvez (el diablo); Mario Alberto Rodríguez (don Ramiro, posadero); Consuelo Frank (virreina); Eduardo Fajardo (virrey); Wally Barrón (panadero); Sonia Infante (esposa de don Ramiro); J. L. Jiménez (Dios).
Ficha técnica: Productora: Clasa Films Mundiales, México; Productor: Armando Orive Alva; Gerente de producción: Fernando Belinda; Guion y adaptación: Emilio Carballido y Roberto Gavaldón, basados en la obra homónima de B. Traven; Fotografía: Gabriel Figueroa (en blanco y negro); Iluminador: Daniel López; Operador: Manuel González; Edición: Gloria Schoemann; Música: Raúl Lavista; Escenografía: Manuel Fontanals.
Estudios y laboratorios: Churubusco Azteca; Duración: 90 minutos; Estreno: Cine Alameda, Ciudad de México, 9 de junio de 1950.
Premios: Nominada al premio Oscar de la AMPAS (Academy of Motion Picture Arts and Sciences, edición 1959); Diploma al Mérito en el Festival de Edimburgo (1960); Premio al Mejor Actor (Ignacio López Tarso) en el festival de San Francisco (1960); Premio a la Mejor Fotografía en el Festival de Cannes (1960); Copa de Plata en el Festival de Ligure, Italia (1961); Placa de Plata y Pergamino del Festival de Valladolid, España (1961).
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