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ENSAYOS

Marco Julio Linares

UN GUION NO ESTÁ TERMINADO HASTA QUE ESTÁ TERMINADO. (1983 – 1999)

Marco Julio Linares

Publicado en el libro “ANTES DE LA PELÍCULA” de ANA CRUZ (IMCINE –CONACULTA 1999)

 

El largo camino de una historia hasta que llega a la pantalla se inicia con una idea, que puede ser brillante, ocurrente o simplemente anécdota personal, y que recorre un intrincado sendero para convertirse en el guion, “embrión”, de lo puede llegar a ser una película, como bien dice Gerardo de la Torre, en su presentación a mi libro “El guion: Elementos, Formatos y estructuras.”

 Para escribir un guion hoy en día, las nuevas generaciones de cibernautas pueden decir que es tan fácil como entrar a Internet. Basta con buscar la palabra script y ya está, ahí encuentras muchas maneras de formatear un guion, de estructurarlo, de aprender que es una trama, un punto climático o un conflicto. Pero no, escribir guiones, o libretos cinematográficos, es una tarea que no depende de un simple formato, ni de tener una idea y meterla en una fórmula. Las recetas “rápidas y fáciles” no funcionan para una labor tan profunda y detallada.

La escritura de un guion es una tarea de enorme complejidad que involucra muchos elementos para arropar al corazón de la película. El meollo de un film, está en el contenido, asunto que muchas veces parece quedar en el olvido, o enterrado bajo los efectos y acciones que nada tienen que ver con lo que queremos contar.

En el formato de un guion pueden estar incluidas escenas o secuencias que llevan un número consecutivo, que marcan un espacio o un lugar en donde se llevan a cabo las acciones y un tiempo o momento del día, y no por ello contarnos una historia. Se dice muy frecuentemente que tener una idea, es tener el principal elemento de una película, pero en realidad, una idea tampoco es suficiente, no basta articular acciones, personajes, obstáculos y peripecias, para poder contar una historia. Para poner en blanco y negro un episodio de la vida humana que resulte de interés para los demás.

Por definición, el guion es un instrumento de trabajo, una herramienta que ayuda al escritor a expresar y organizar las ideas, pero estas deben de estar sustentadas en algo más que imágenes consecutivas, integradas por acción y diálogo. Estas imágenes deben contener una propuesta dramática.

Bien dice el refrán que para ser torero hay que vestirse de torero, caminar como torero, actuar como torero y torear como torero. Así el guion: Para ser guion, tiene que verse como guion, parecer guion, leerse como guion y contener en sus palabras e imágenes una historia dramática, sustancia del cine.

Un guion en esencia es una historia contada para ser llevada a la pantalla. Y para narrar una historia cinematográfica de manera coherente, requiere estructurarse dramáticamente. Hace 27 años, en 1983, cuando la Universidad Metropolitana Xochimilco editó por primera vez mi libro antes mencionado, prácticamente el oficio de guionista era inexistente. Los directores escribían con sus libretistas de cabecera un script o libro cinematográfico, que era la base para filmar una obra fílmica.

Afortunadamente, en la actualidad, las escuelas de cine y muchas carreras de comunicación han dado la importancia que merece a la enseñanza del guion, como la disciplina básica para formar profesionales en el quehacer cinematográfico. Por una parte, se ha estimulado el proceso creativo de contar historias con originalidad y valores humanos, que adquieran proyección universal en un mundo cada vez más globalizado;  y por otra, han surgido talleres y cursos en donde los participantes han  intensificado su búsqueda de escribir guiones con rigor profesional que puedan ser leídos por  grupos de producción nacional e internacional, y que les brinden el financiamiento gracias a la  alta calidad tanto del contenido como de la forma.

En el largo camino del guion, un guionista siempre se plantea una pregunta inicial ¿Por dónde empezar la película? Aunque el público lo que más anhela saber es ¿En qué acaba la película?

Éste es el gran reto del escritor: Llevar al espectador a un viaje con principio y fin, y que debe realizarse en un lapso aproximado de 90 a 120 minutos. (Hoy están de moda las películas de 3 horas, pero son excepcionales). En este breve trayecto, el escritor debe llevarnos a una travesía emocional después de la cual “ya nada volverá a ser igual”.

Suena demasiado ambicioso, pretencioso y casi imposible. Talvez, pero esa es la realidad y si un guionista no lleva en mente esta premisa, más vale que no intente lanzarse a la aventura de escribir una obra cinematográfica. El guionista es esencialmente un cuenta-historias, un cuenta cuentos comprometido con esta pasión. Para llevar a cabo su tarea, como en cualquier proceso creativo, se alimenta de todo lo que puede y tiene a su alcance: su experiencia vivencial, sus sentimientos, su imaginación, su memoria, un gran trabajo de investigación y altos niveles de adrenalina.

A diferencia de otros procesos creativos, el escritor de cine compone sus imágenes en un lenguaje audiovisual, lo cual le exige que todo el tiempo esté “mirando y escuchando” lo que sucede en la pantalla mental. A diferencia del novelista o narrador literario, la descripción de sus imágenes deberá tener una concreción en la realidad y ser interpretada por actores y actrices (salvo en las animaciones) y no solo en las mentes de sus lectores.

Cuando decimos un viaje después del cual “ya nada volverá a ser igual” estamos depositando sobre el escritor una enorme responsabilidad que será complementada posteriormente por el director y todo el equipo que compone una película, pero que, en un principio, solo recae en él: el autor, autora o los autores del guion.

Si el punto de partida es la realidad, todos podemos presumir de contar historias, cuentos y anécdotas, de lo que nos ha pasado o les ha pasado a otros. De hecho, todas las películas comienzan así, con el relato de un acontecimiento que resulta sorprendente, fuera de lo común o simplemente que llama la atención del escritor. Sin embargo, de ahí a tener una historia dramática, hay un enorme abismo. ¿Qué tiene que suceder para que esta anécdota o evento sea susceptible de convertirse en un argumento dramático? Muchas cosas, desde el punto de vista de la dramaturgia.

Quizás lo más importante es tener claro el principio y el final de la trama para poder empezar a entretejer los hilos narrativos hasta enredarlos de tal forma, que el espectador piense que es imposible desenredarlos. Una vez que el escritor ha convencido al espectador de que “no hay salida”, (y solo entonces) se iniciará el camino hacia el desenlace de la historia, sorprendiendo al otro, con revelaciones e información verosímiles con la lógica de la historia. Se trata de un camino de subida y de bajada, en donde la cima del viaje, reside en el clímax de la película.

Sin embargo, aun cuando se tenga una anécdota rica, y se conozca dónde empieza y donde termina, el escritor debe tener claro si la historia corresponde a un instante en la vida del personaje o a toda una vida, para ir descubriendo como realizará “la síntesis de este periodo”.

Desde mi experiencia como asesor de guiones, uno de los puntos más delicados es el tiempo cinematográfico. ¿De dónde a dónde transcurre la historia? ¿Qué fragmentos de la vida elegimos para armar la trama? ¿Desde qué momento hay que contar los antecedentes de nuestros personajes para entenderlos y lograr la identificación del espectador? ¿Qué tanto tiempo hay que dedicarle a la presentación de los personajes, al desarrollo del conflicto, al desenlace? Y así, las preguntas sobre el tiempo en el cine, se vuelven cada vez más abundantes y necesarias para el escritor.

Sabemos bien que el tiempo dramático es diferente al tiempo vivencial y al tiempo en pantalla. Así pues, si el guionista decide acertadamente estas respuestas, tendrá la posibilidad de llevar a sus personajes por un viaje maravilloso, y éstos lo compartirán con sus públicos.

El tiempo es un elemento intangible y eterno. Es quizá el elemento que más ha evolucionado en el transcurso de la historia del cine en el mundo. El lenguaje cinematográfico, como todas las lenguas, está vivo y evoluciona. Las primeras generaciones que tuvieron la oportunidad de descubrir en sus pantallas al séptimo arte, necesitaron cierto tiempo para codificar y decodificar las imágenes en movimiento. Hoy estas imágenes se mueven a un ritmo más acelerado. La cultura audiovisual de nuestros jóvenes les permite “devorar” con mayor rapidez los mensajes y descifrarlos al instante.

El tiempo del cine es otro, el acelerado ritmo de las escenas y los cambios, no alteran en nada la necesidad del escritor de elegir con precisión el fragmento de vida del que quiere hablarnos, cualquiera que sea su género: ficción, documental o animación.

Otra cuestión muy importante en cuanto al tiempo de un guion, es el tiempo de dedicación que merece cada obra. ¿Cuántos tratamientos son recomendables en un guion? Me preguntan con frecuencia mis alumnos. Y mi respuesta es siempre la misma: “una más”.

Cuando el escritor considera que el guion ya está terminado, es que ha llegado por lo menos a ocho tratamientos, en este proceso; lo ha podido leer y discutir con otros escritores, productores, algunos actores o actrices, el fotógrafo y el director de arte.

De ahí empieza el largo camino del guion que acompañará a la producción hasta que la película está terminada, ya que una vez iniciada la producción, el guion sigue modificándose conforme las necesidades del director.

Como el cine es un arte de quehacer colectivo, cada vez con mayor frecuencia el escritor participa en todo el desarrollo de la producción y especialmente durante el rodaje.

Uno de los mejores ejemplos es el guion de “Amores Perros”, trabajo del escritor Guillermo Arriaga, dirigido por Alejandro González Iñárritu. El libro cinematográfico llegó a más de ochenta tratamientos bajo el agudo ojo crítico de su autor. Los resultados de un trabajo tan exhaustivo están en la pantalla. Un guion no está terminado hasta que está terminado.

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